Te debo una disculpa, por todas las veces que me escribiste y no contesté por cada uno de los versos, de las cartas escritas, de los pensamientos de los que me hacias partícipe, de esos besos cálidos, húmedos y escritos, te debo una disculpa. Sentía que el tiempo me era robado cada vez que quería responder y no lo hacía, impugnaba a mi ser interior con alaridos de protesta intentando consolarlo en su súplica hacia ti, como bien sabes, él está de tu parte, sigue interpelando para que nunca me olvide, reclamando su demarcación y promulgando su apetencia. Y no olvidamos, ni él ni yo, de tu existencia, de cada escrito que crece como narrativa y se propaga al ritmo de la crónica diaria, de esa fuerza que bate corazones y que acaba ilustrando sonrisas y miradas. Las descripciones tan sumamente reseñadas, cultivadas desde el interior, llegan a tentar una y otra vez la fibra sensible que nos envuelve, tañéndonos de recuerdos pasionales, rasgando la llama del delirio nunca olvidado. No es por d
las historias, las palabras, los pensamientos, las inquietudes, los sentimientos... muestran nuestra humanidad más allá de lo predecible