Ví un sueño de incerterza,
donde una delicada dama huía de su existencia,
oculta entre sus lamentos, dolores y sufimientos,
donde su rostro palidecía de nostalgia y melancolía,
donde su alma incomprendida se abatía.
Su congoja era tan profunda,
su pesar tan iracundo,
que en sus sueños más profundos, se llenaba de temores.
Mas una noche en sus sueños,
notó una amable presencia,
era una mano amiga que abrió las puertas de su quimera,
amputó tanto dolor e hizo aflorar la fuente de su recuperación.
Y empezó a soñar con aguas cristalinas,
con caricias de olas marítimas,
y en sus sueños nadaba libre, desnuda en el mar infinito.
Y al amanecer, la dama recuperó su sonrisa,
su resplandeciente rostro emanaba alegría,
no tuvo miedo de pintar sus labios, ni de embellecer su mirada,
mas contempló de nuevo su cuerpo desnudo,
y sin más sonrió.
Abrió las ventanas de su casa y saludó de nuevo al mundo,
rejuvenecida, bella, vigorosa,
entonces abrió las puertas de su corazón y dejó pasar a la vida.
Meridien, 2007
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