Recibí una invitación inesperada,
una proposición que me seducía,
y con cada palabra me sentía cautivada,
y con cada descripción mi curiosidad se acrecentó,
entonces acepté.
Y aquella tarde tendí mi mano hacia la tuya
y me dejé llevar libre,
paseamos por la arena con los pies descalzos,
con la mirada perdida entre nuestras palabras,
acompañados por el afluir de las olas.
Convino el momento de descansar,
sentados sobre el piso de la playa,
con esa arena fina y delgada,
sedimentos que sustentan nuestros cuerpos.
Y mirando hacia el horizonte,
el sol acaecía bajo el manto de las aguas,
no sin antes deslumbrar nuestras sonrisas
y acariciarnos con sus últimos rayos,
mas sucumbimos ante tal belleza,
ante tal incomparable marco,
asistimos a un bello atardecer con olor a sal.
Y entre el ir y venir de las olas,
llegó la noche, una noche cálida,
y miramos hacia el cielo,
cubiertos con una manta estrellada,
y vimos el infinito,
entonces deseamos ver el amanecer
ante nuestras atentas miradas.
una proposición que me seducía,
y con cada palabra me sentía cautivada,
y con cada descripción mi curiosidad se acrecentó,
entonces acepté.
Y aquella tarde tendí mi mano hacia la tuya
y me dejé llevar libre,
paseamos por la arena con los pies descalzos,
con la mirada perdida entre nuestras palabras,
acompañados por el afluir de las olas.
Convino el momento de descansar,
sentados sobre el piso de la playa,
con esa arena fina y delgada,
sedimentos que sustentan nuestros cuerpos.
Y mirando hacia el horizonte,
el sol acaecía bajo el manto de las aguas,
no sin antes deslumbrar nuestras sonrisas
y acariciarnos con sus últimos rayos,
mas sucumbimos ante tal belleza,
ante tal incomparable marco,
asistimos a un bello atardecer con olor a sal.
Y entre el ir y venir de las olas,
llegó la noche, una noche cálida,
y miramos hacia el cielo,
cubiertos con una manta estrellada,
y vimos el infinito,
entonces deseamos ver el amanecer
ante nuestras atentas miradas.
Meridien, 2007
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