En este cálido anochecer de verano,
donde los cuerpos buscan desprenderse de sus ropas,
con ímpetu, sin recelo,
con la inquietud de refrescarse
de ese calor que los envuelve por fuera y por dentro,
tomando protagonismo esa piel que vislumbra su extremo calor
bajo la suave humedad de cada uno de sus poros,
sintiendo el placer de estar completamente libre,
siendo un cuerpo no prisionero.
Y sintiendo el frescor que acaricia suavemente
tu piel acaramelada,
la brisa que se cuela a través de la brecha
que has dejado en tu ventana,
te echas sobre las sábanas blancas de tu cama
y te revuelves como una gatita bajo la mano de su dueño,
moviendo tus piernas inquietas
incitando a tus muslos y a tus caderas
a una danza de pecado.
El ritmo es tan mágico,
tan encantador,
que reclama la posesión de ese cuerpo embriagado de calor,
un calor que viene del interior,
como un fuego ardiente en las entrañas,
un calor que reclama ser apagado,
consumido hasta su ocaso.
Y a esta danza de pecado,
a este ritmo acelerado,
se unen brazos y manos,
boca y labios,
lengua y abrazos,
es el ritmo del amor de un anochecer de verano.
donde los cuerpos buscan desprenderse de sus ropas,
con ímpetu, sin recelo,
con la inquietud de refrescarse
de ese calor que los envuelve por fuera y por dentro,
tomando protagonismo esa piel que vislumbra su extremo calor
bajo la suave humedad de cada uno de sus poros,
sintiendo el placer de estar completamente libre,
siendo un cuerpo no prisionero.
Y sintiendo el frescor que acaricia suavemente
tu piel acaramelada,
la brisa que se cuela a través de la brecha
que has dejado en tu ventana,
te echas sobre las sábanas blancas de tu cama
y te revuelves como una gatita bajo la mano de su dueño,
moviendo tus piernas inquietas
incitando a tus muslos y a tus caderas
a una danza de pecado.
El ritmo es tan mágico,
tan encantador,
que reclama la posesión de ese cuerpo embriagado de calor,
un calor que viene del interior,
como un fuego ardiente en las entrañas,
un calor que reclama ser apagado,
consumido hasta su ocaso.
Y a esta danza de pecado,
a este ritmo acelerado,
se unen brazos y manos,
boca y labios,
lengua y abrazos,
es el ritmo del amor de un anochecer de verano.
Meridien, 2007
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