El paso del tiempo dictamina una realidad aparente,
a través de su esencia
se determinan acciones u omisiones,
se llegan a acuerdos,
convenios, conciliaciones,
pactos, decretos,
resoluciones, separaciones,
a veces meditadas, otras no,
unas veces regidas por impulsos
otras fruto del pensamiento,
pero no obstante,
siempre sentencia.
Durante el transcurso de ese tiempo
concedido en nuestras vidas,
intentamos vivir de la mejor forma que conocemos,
que podemos o simplemente que sabemos,
durante ese intervalo,
entre el abrir y cerrar los ojos para siempre,
acontecen miles de eventos,
unos a nuestro alcance,
con la posibilidad de interactuar con ellos,
otros a una infinita distancia,
imposible acercarse, llegar simplemente
a acariciarlos con las yemas de nuestros dedos.
Esta es la batalla de la vida,
donde las influencias,
las enegías,
el entusiasmo,
los afectos,
los vítores
o la enajenación hacen cicatriz en nuestra alma.
Cada impacto queda reflejado en nuestro rostro,
allí donde se forjan los surcos de la vida,
los valles de la templanza,
el realce del ocaso o de la esperanza,
dando notoriedad a un rostro que se desvanece
o se cubre con la esencia de la vida misma.
El paso del tiempo dictamina quien queda a tu lado,
quien ante la adversidad o la felicidad
sigue presente junto a ti,
de una forma u otra,
ayudándote aunque sea para darte ánimos,
para concederte un poco de esperanza,
para mostrarte el camino a seguir,
o quizás para ofrecerte agua cuando la sed
es tan intensa que tu cuerpo la reclama
y aún siendo conocedores
de que el futuro es incierto,
que la harmonia no siempre tiene nombre de luz,
que la oscuridad no es tan oscura,
que el sufrimiento puede ser un período o toda una vida,
que la tristeza puede ser una eterna agonía,
hay quien nunca te abandona
y hay quien lo hace con aquella rapidez
que deja sabor a hiel,
legando abatimiento y aflicción
a tu ser perdido entre tanta tribulación.
No somos dueños de nadie ni de nada,
sólo conocedores de nuestros tormentos,
fustigadores de nuestras acciones,
tanto acertadas como incorrectas,
el paso del tiempo sólo dictamina aquello que sucumbe
ante una realidad que forjamos desde el comienzo,
desde ese despertar de una mirada inocente
y un llanto de vida,
hasta el final de nuestro tiempo,
donde la mirada se pierde
para dejar atrás las huellas de nuestra alma infinita.
a través de su esencia
se determinan acciones u omisiones,
se llegan a acuerdos,
convenios, conciliaciones,
pactos, decretos,
resoluciones, separaciones,
a veces meditadas, otras no,
unas veces regidas por impulsos
otras fruto del pensamiento,
pero no obstante,
siempre sentencia.
Durante el transcurso de ese tiempo
concedido en nuestras vidas,
intentamos vivir de la mejor forma que conocemos,
que podemos o simplemente que sabemos,
durante ese intervalo,
entre el abrir y cerrar los ojos para siempre,
acontecen miles de eventos,
unos a nuestro alcance,
con la posibilidad de interactuar con ellos,
otros a una infinita distancia,
imposible acercarse, llegar simplemente
a acariciarlos con las yemas de nuestros dedos.
Esta es la batalla de la vida,
donde las influencias,
las enegías,
el entusiasmo,
los afectos,
los vítores
o la enajenación hacen cicatriz en nuestra alma.
Cada impacto queda reflejado en nuestro rostro,
allí donde se forjan los surcos de la vida,
los valles de la templanza,
el realce del ocaso o de la esperanza,
dando notoriedad a un rostro que se desvanece
o se cubre con la esencia de la vida misma.
El paso del tiempo dictamina quien queda a tu lado,
quien ante la adversidad o la felicidad
sigue presente junto a ti,
de una forma u otra,
ayudándote aunque sea para darte ánimos,
para concederte un poco de esperanza,
para mostrarte el camino a seguir,
o quizás para ofrecerte agua cuando la sed
es tan intensa que tu cuerpo la reclama
y aún siendo conocedores
de que el futuro es incierto,
que la harmonia no siempre tiene nombre de luz,
que la oscuridad no es tan oscura,
que el sufrimiento puede ser un período o toda una vida,
que la tristeza puede ser una eterna agonía,
hay quien nunca te abandona
y hay quien lo hace con aquella rapidez
que deja sabor a hiel,
legando abatimiento y aflicción
a tu ser perdido entre tanta tribulación.
No somos dueños de nadie ni de nada,
sólo conocedores de nuestros tormentos,
fustigadores de nuestras acciones,
tanto acertadas como incorrectas,
el paso del tiempo sólo dictamina aquello que sucumbe
ante una realidad que forjamos desde el comienzo,
desde ese despertar de una mirada inocente
y un llanto de vida,
hasta el final de nuestro tiempo,
donde la mirada se pierde
para dejar atrás las huellas de nuestra alma infinita.
Meridien, 2007
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