Cuando el miedo me paraliza,
siento como la ansiedad se apodera de mi cuerpo,
mi corazón late con fuerza, desbocado, descontrolado,
su latido vertiginoso y precipitado,
hiere mi cuerpo como cuchillo afilado.
Mi pensamiento no deja de crear posibilidades
y mientras tanto, me acobardo.
En ese momento, el miedo ya se ha apoderado de mí,
ha entristecido mi mirada,
me ha llenado de temores y ha logrado encerrar entre barrotes
a mi amada calma.
Ya no siento serenidad,
se fue,
mi valor se perdió de su mano,
ahora sólo siento terror
y este inconcebible desasosiego que me está matando.
Siento pavor,
siento esa turbación recorriendo mi cuerpo,
me siento débil, frágil, inseguro,
cobarde y temeroso,
la angustia invade cada recoveco de mi ente,
no puedo vivir así,
es un lastre que me acompaña
que me tiene esposado a él,
a su nombre,
miedo,
a su ser,
temor
a su identidad,
terror.
El yace en mis entrañas
y crece a la vez que yo disminuyo,
subsiste porque lo sustento,
mortificándome por esa decisión
que me incomoda reconocer que fue mía,
yo decidí alimentarlo
y ahora de mí se ha apoderado.
Tengo miedo, lo siento agrandarse en mi interior
y aún a sabiendas que puedo detenerlo,
me siento cobarde y
pusilánime,
sé que se nutre de mis pensamientos,
sé que se alimenta de mis yo no puedo,
de mis yo no valgo,
de mis yo no sé.
Pero sigo coartando mi valor,
mi esperanza, mi coraje,
mi osadía, mi inteligencia,
necesito más automotivación
y apoyarme en mí mismo para admitir que
en algún momento me dejé vencer,
necesito más valor, tomar la iniciativa
y marcar la diferencia,
necesito ahogar las dudas,
mirarme en el espejo y creer en los ojos que me esperan al
otro lado,
esos ojos que quieren verme vencer al miedo,
extinguir mis penas
y sofocar la cobardía que me vendió ante tal secuaz.
Meridien 2014
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